viernes, 17 de diciembre de 2021

Cristina está enfurruñada. ¿Quién la desenfurruñará? El desenfurruñador que la desenfurruñe Buen desenfurruñador será. Lo admito: hace días que estoy de mala leche. Y la verdad de la buena es que no tengo motivo alguno. La vida es clemente conmigo, diría incluso que generosa: 1. mi “alien” oncológico está aletargado en mi panza. Están a punto de cumplirse los dos años desde que una gastroscopia reveló la presencia de un tumor bastante más maligno de lo que había sido el cáncer de pecho que había padecido cinco años antes. Por suerte no es metástasis. Dadas mis circunstancias espásticas, decidimos no operar, pues aprender a digerir sin estomago me hubiera abocado a una incapacidad funcional aún mayor que la que tengo debido a mi parálisis cerebral. A cambio, le damos quimio cada mes. no sea que el demoniete se despierte causando estragos irreparables. Son dos o tres días después de cada dosis en que estoy algo “flojilla”; el resto del tiempo puedo sumergirme a tutiplén en mis actividades. 2. Mi físio y mi logopeda son mis cómplices en la carrera de mi eterna mejora física. cuando estoy a tope, canto, bailo y hago gimnasia para mantener mi cuerpo y mi alma tonificadas. 3. Mis nuevos proyectos literarios siguen su curso. Después de unos meses de parón inspirativo, el texto fluye como nunca. 4. Mis afectos, particulares y sociales, también lo hacen. 5. Asisto a conciertos, a presentaciones literarias de mis compañeros de editorial, a excursiones… ¿Qué más se puede pedir? en comparación de muchas personas, lejanas y de mi misma ciudad -quizás hasta de mi mismo barrio– que viven en sus infiernos particulares, mientras yo, a pesar de todos los pesares, vivo en el cielo. Y sin embargo, ando enfurruñada. Y, lo que es aún peor: derramo mi bilis contra aquellas personas que precisamente quieren ayudarme con toda su buena voluntad. Desde que escribí mi libro autobiográfico la galeria dels Quiets/la Galería de los Inmóviles, mi alma se ha convertido en un tatami de judo, o en un ring del boxeo que ya no puedo practicar –a efectos fisioterapéuticos de equilibrio y coordinación, se entiende– desde que me fracturé la muñeca izquierda hace poco más de un año a raíz de una caída. Será por eso: lo que no sale por los poros del sudor, se escapa en forma de mala leche… Y es que después de toda una vida, transcurrida en la parte “normal” de cualquier ciudadana de mi sexo, condición social y cultural, me resulta extraño -para ser sinceros, me revuelve las entrañas - observar ciertos comportamientos tendientes al apartheid social de las personas que como yo tienen una parálisis cerebral. Admito, en la mayoría de los casos se trata de personas con grandes dificultades físicas y de movilidad. Dicen las entidades que se dedican con toda su alma al cuidado de ellas, que la gravedad de sus circunstancias fisicas impiden su integración social. Actitud, que lo confieso, me produce un sarpullido en el cerebro. Tuve la oportunidad de comprobarlo personalmente en una de estas salidas sociales, supuestamente para ir a ver un exposición de pintura. Pero, claro, no se trataba de ir ni a un museo, ni a una sala de arte: se trataba de ir aún rinconcillo de la ciudad donde una de esas entidades “benefactoras” exponía los dibujos de algunos “afectados”. Lo cual está muy bien. Aunque mi experiencia me dice, que si no te comparas nunca con las actitudes de la mayoría de la población, sin dificultades añadidas, acabas por perder la perspectiva sobre ti mismo, y por ende, con la realidad. “Este cuadro que has pintado está muy bien Cristina. Pero tampoco es digno de colgarlo en el salón como si se tratara de una verdadera obra de arte”, me decía mi madre, cuando yo volvía de la escuela –corriente y moliente como cualquier otra– con una gran pintura que había realizado en la clase de plástica. Algunos corazones condescendientes, tacharían a mi madre de cruel. Yo digo que gracias a ella, al realismo de mis maestros de la escuela “normal” y a mis compañeros – que nunca me hicieron concesiones en virtud de mi condición – he llegado a tal grado de integración social. De acuerdo, no laboral a pesar de que en mi currículo consta una carrera universitaria, cuatro idiomas, … Por ello, mi alma se revela furibundamente cuando se pretende que mi mensaje quede exclusivamente circunscrito a esa pequeñísima parte de la población aceptada, directa o indirectamente por causas familiares, a la parálisis cerebral. Desde que en el mes de septiembre pasado mi amiga de la facultad de Filología, ella clásica yo hispánica, me invitó al Instituto del cual es hoy en día codirectora para dar una charla a sus alumnos adolescentes sobre lo que significa vivir con una limitación funcional, persigo la idea de repetir la experiencia. ¡Pero no hay manera! Las instituciones públicas prometen el oro y el Moro, pero a la hora de la verdad todo se hace más cuesta arriba. Las que están especializadas en el tema, te montan una presentación a la que únicamente van a asistir afectados. ¿Qué sentido tiene eso? corroboran conmigo las personas de mi entorno. ¿No se trataba de integración?, ¿De que los que se levantan por la mañana, se duchan y se visten sin ningún esfuerzo se dieran cuenta de lo duro que es estar encerrado en un cuerpo que no te obedece? ¡Estoy cabreada ante la dificultad de hacer entender mi mensaje!¡ A mí y a los que me rodean cada día les parece tan obvio! Y estar cabreada me hace ser injusta con los que ponen toda su buena voluntad para ayudarme. ¡Perdonen ustedes! CHW

No hay comentarios:

Publicar un comentario