jueves, 11 de agosto de 2022
Un infierno terrenal con aire acondicionado
Agosto; principios de agosto. Por estas fechas, yo tendría que estar de viaje con mi grupo. Se han ido a la España Vaciada. Cierto, en muchos lugares ya había estado con el mismo guía. El mismo guía que se convierte en amigo cuando compartimos sesiones de ópera en el Liceo. El mismo que, de vez en cuando, queda conmigo en el parque para enseñarme cómo crece su niño.
Pero no estoy de viaje. De un tiempo a esta parte, no me encuentro bien. Y eso que el tratamiento de inmunoterapia que sigo por mi cáncer de estómago parece funcionar. O eso dicen mis oncólogos. Y sé que no me mienten, a pesar de las oscuras predicciones que presentaba mi caso al principio. ¡Me daban tres meses de vida, y han pasado casi cuatro años!
Por supuesto, se presentan problemillas; pero aquí estoy. No soy ingenua. Sé que la espada de Damocles que pende sobre todos nosotros, en mi caso está un poco más cerca de mi cabeza. Procuro no pensar en ello, pero no es fácil. A veces, la mente se me dispara y pone en marcha la máquina de calcular el tiempo que me queda. Es absurdo, y sobre todo contraproducente; lo sé. Por eso procuro distraerme todo lo que puedo.
Ayer tocaba tratamiento. En un mes de agosto tórrido, apocalípticamente seco. Inevitablemente bélico en otras partes del mundo, muy lejanas a la nuestra. Pero tanto da. Gracias a la globalización que nos hemos buscado, las guerras ajenas nos afectan de lleno. Otra cosa es que estemos dispuestos a aceptar sus restricciones. Somos demasiado señoritos caprichosos, o demasiado desmemoriados para recordar que nuestros padres supieron en carne propia lo que era pasar estrecheces.
Mi velocípedo a motor avanza más ligero por las aceras vaciadas del barrio dónde se encuentra la clínica, a escasas calles de mi casa. No tengo que sortear niños uniformados que corren a clase. Apenas hay furgonetas de reparto aparcadas sobre los pasos de peatones, impidiendo que las personas que usamos vehículos de movilidad reducida podamos traspasar la calle.
La clínica está semivacía. El cafetín cerrado, la enfermería oncológica desierta. Y mi memoria baldía. Ya me lo advirtieron la última vez: “tendrás que ir a la planta primera hacer la analítica y la inmunoterapia”. Pero es que hasta ciertas horas de la mañana, soy un animal de costumbres, incapaz de asimilar nuevas rutinas. Sobre todo si no me he tomado mi café. Pero debo estar en ayunas hasta después de la analítica.
La doctora tiene razón: la enfermera sustituta que me atiende es de la vieja escuela, no se maneja en el ordenador. Y, sin embargo, ha logrado dar con la petición de mi analítica en un lapsus de tiempo razonable. Se ve a la legua que es muy buena persona, enseguida empatiza contigo. En su profesión, vale mil veces más esa calidez humana que todas las técnicas cibernéticas.
Cuando bajo otra vez a la planta, después de la visita con la doctora, me la encuentro hablando con otra paciente: “¡a ti te conozco!”, me dice la señora cuando me ve llegar, “coincidimos en el taller sobre maquillaje oncológico”.
Efectivamente, la reconozco. Su madurez le da una pátina de elegancia, de saber estar. Su semblante es sereno. Me pregunto dónde tiene ella el cáncer. Espero que se pueda salvar, como me quiero convencer de que yo estoy haciendo.
Me siento incómoda, pues parece que he interrumpido una conversación. No me gusta inmiscuirme; por mucho que mi vena literaria ande permanentemente al acecho de nuevas historias.
Pero el diálogo entre ambas sigue su curso, a pesar de mi presencia.
- ¡Qué horror! Hoy día nadie se tendría que morir de parto. – musita la enfermera, con una voz maduramente empática.
- Hace tan pocos días que ocurrió, que aún no soy capaz de asimilarlo. Mi hija se ha ido para siempre, dejando un pequeño que nunca la conocerá! Y yo...
La voz de la dama suena tan sosegada, que me hace estremecer.
“¡Tú tienes que estar fuerte para ocuparte de tu nieto! ¡Tienes que salvarte!”, le dicen mis ojos, intentando no emocionarse.
Quisiera abrazarla. Traspasarle la salud que me queda. La suerte que yo pueda tener. Es de justicia vital. Al fin y al cabo, mis hijos están hechos de palabras y de pensamientos. Palabras y pensamientos que, sin duda, otros ya tuvieron; o que otros tendrán cuando yo ya no esté.
¡Y yo me quejaba, hace tan solo cuatro días, de no haber podido hacer mi viaje de verano!
Me voy a casa en mi supervehículo. “¡Qué calor! ¡A fuera, está cayendo fuego!”, oigo exclamar a alguien que acaba de entrar en la clínica.
“No te falta razón”, pienso en cuanto mi escúter pone una rueda fuera del recinto. Hasta ahora yo no he pasado calor, al amor del aire acondicionado. Y sin embargo, tengo la sensación de haber estado deambulando por los anillos tenebrosos del “inferno” de Dante que retrató Botticelli.
CHW
jueves, 7 de julio de 2022
UN REGAL D'ANIVERSARI INESPERAT
Havia de ser una diada tan moixa com el meu refredat. Arrossegant-me pels racons, contenta d'estar sola.
Tanmateix, cap al tard, el motoret que em fa funcionar -està situat rere el melic i fa pessigolles quan s'activa- m'ha dit: "prou de fer el dropo! Posa't les sabates i cap al parc falta gent!".
Jo he fet una cara estranya i m'he posa't tot d'excuses per no anar. "Que si estic massa cansada, que si tinc mal de cap, que si els corrent d'aire...". Però ha estat inútil, el motoret i els meus peus s'han conxavat per fer-me sortir de casa.
Com que ja saben el camí, m'han arrossegat, a mi i al meu e-book, cap a un banc lliure. No pas davant de l'estany, com a mi m'agrada, sinó cap a la gran praderia de gespa. Ha estat sis mesos vallada per tal de permetre que l'herba es regenerés. Però avui ja era oberta. Les famílies amb criatures petites, les parelletes d'enamorats, han substituït els conillets que poblen el parc des de fa un temps, i que com a tals, s'han multiplicat exponencialment. Com que la valla ja no els protegeix, han hagut de tornar a jugar a "fet i a amagar" per sobreviure.
No feia ni dos minuts que havia endinsat el meu nas en ell llibre electrònic quan tres projectes de persona han vingut a seure al meu costat. Tres carones de galtones rosades i de cabells rossos com la palla. "Hola", m'han dit, "Tinc tres anys". I "jo quatre", "i jo cinc". "I em dic Olivia", "I jo Hans", "I jo Jan".
Els he respost encantada al seu sombriure. I he volgut començar una conversa amable. Però el seny avorrit m'ha volgut aturar els peus de seguida. "EEEEEEEppp! Para el carro noia! O no recordes què passa quan la canalla et sent parlar per primera vegada en el teu to de veu tan especial? Vés que les mares vigilen d'aprop. Com solen reaccionar elles davant d'una persona com tú? Tenen por! Com si els haguessis d'encomanar l'espasticitat.
Doncs no!!!! NO HA PASSAT RES DE TOT AIXÒ. Quan les mares s'han acostat per por que els nens em molestessin hem tingut una conversa d'allò més normal. "D'on sou tan rossets?", he preguntat sentint que una de les mares s'adreçava al fill en alemany. "La meva mare és alemanya, però jo ja he nascut aquí", m'ha contestat. "Ah sí?", he fet jo, "la meva mare era Suïssa, de fet, estic estudiant alemany". I hem acabat intercanviant unes quantes frases en germànic.
Cap ganyota d'estranyesa davant les meves "peculiaritats".
"Ja t'ho dic, amor, d'un temps ençà has millorat moltíssim en la parla", em diu el meu xicot a través del telèfon.
Gràcies Àlex, gràcies Mariana, gràcies a tots!
lunes, 13 de junio de 2022
Serie “Inocentes”: cuando sugerir es más potente que una “pasión turca”
Los abonados a las series turcas, estamos de despedida: faltan pocos capítulos para dar por terminada la serie que se emite en Antena 3, Inocentes.
No recuerdo como caí en sus garras. Debía ser una noche solitaria de otoño, en que estaba demasiado cansada para leer y me puse a hacer zapping por los canales de televisión. “¡Qué curioso!”, me dije cediendo descaradamente a las ideas preconcebidas, “hace unos años estaban de moda los culebrones venezolanos, y ahora les da por las series turcas. ¿Qué demonios tendremos en común la Europa “civilizada”, de rancio abolengo, con estos aprendices comunitarios?”. Y enseguida me vino a la mente la última visita que Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Charles Michel, Presidente del Consejo Europeo, hicieron al mandatario turco Erdogan el pasado año. Por un “error” de protocolo, los turcos sentaron a la presidenta de la Comisión Europea en un lugar apartado, y por lo tanto inferior, de donde se hallaba su compañero Michel respecto al presidente de Turquía. Era un error, porque desde el punto de vista del escalafón administrativo, ambos presidentes europeos se encuentran en el mismo rango. “¿Pero qué se puede esperar de esos países medio moros?”, soltó mi sesera, llena de perjuicios invisibilizados tras la cortina de las buenas intenciones.
Sin embargo, algo me hizo permanecer atenta a ese canal más tiempo de lo que hubieran tolerado mis ideas preconcebidas. Por de pronto, no se trataba del típico argumento, donde hay malvados muy malvados y víctimas casi tontorronas. Nada de eso: se trataba de la historia, casi literaria, de una familia marcada por la enfermedad mental de su matriarca. Como el tema me interesó por razones personales, traté de buscar información adicional por internet. No tardé en saber que era la versión seriográfica de un libro escrito por una psiquiatra turca, a partir de los casos que había tenido en su consulta.
Enseguida me di cuenta de que, la forma de narrar era muy distinta al estilo denotativo al que estamos acostumbrados por estas latitudes occidentales. Donde parece que, si los sentimientos e intenciones no quedan plasmados en imágenes explícitas, corren el –supuesto– riesgo de no ser entendidos por el espectador.
Me sedujo la delicadeza con que se iban dibujando los personajes. Eran muy distintos a los estridentes caracteres a los que estamos acostumbrados. Su dolor no era expuesto de manera estridente. Todo lo contrario: el hilo narrativo, nunca mejor dicho, se iba soltando poco a poco. Ello permitía que fuéramos nosotros, los espectadores, los que fuésemos tejiendo nuestra personal e intransferible historia, como sucede cuando leemos un buen libro. Y es que hay tantas lecturas como lectores; pues cada uno de ellos se hace su propia composición, a partir de sus valores y experiencias personales.
Y entonces me acordé de la frase que me escribió mi mentor cuando hubo leído mi primera novela, no publicada, ¡aún! “¡Vendes todo el pescado en la primera página! Después, al lector no le quedan secretos por descubrir y el libro pierde interés!”.
Lo que mi maestro pretendía enseñarme era el significado de la palabra “connotación”. Entendí mejor su importancia y alcance durante la carrera de Filología. Siempre he relacionado el término con la Danza de los Siete Velos, tan oriental como la serie que me tiene fascinada.
Y es que, cuando era pequeña, mis abuelos suizos tenían colgadas en la pared del cuarto donde yo dormía, otrora la habitación de mi mamá, unas fotografías en las que aparecían mujeres veladas de pies a cabeza en medio del desierto. Nunca alcancé a saber de dónde las habían sacado; me suena vagamente la historia de un pariente lejano que se casó con una persona procedente de allí. Pero no es eso lo que importa ahora. Lo relevante es el sentimiento que despertó en mí cabeza de niña aquellas historias y fotografías tan lejanas a mi cultura. Supongo que las relacionaba con una proto sensualidad.
Y sin embargo, jamás vi en aquellos cuadros una escena que pudiera calificarse de “subida de tono”.
En la serie “inocentes” tampoco hemos visto escenas de cama. Por no haber, ni siquiera hemos podido ver besos apasionados. ¡No hacía falta!, ya nos los imaginábamos nosotros, los espectadores. Cada cual a su gusto y discreción. ¡¿Hay algo más erótico que eso?!
Vivimos en un mundo explícito, donde ya no queda lugar para los sueños, y aún menos para los deseos, aquellos que se forjan a fuego lento, hasta transformarlos en sentimientos personales, tan profundos y privados como nuestros anhelos. Pareciera como si no “haces” y luego lo demuestras gráficamente a los siete vientos de las redes sociales, no eres nadie.¿Nos extraña, pues, que en ese contexto denotativo y desprovisto de magia, las agresiones sexuales estén a la alza?
Llámenme “mojigata” por creer que una historia de amor es como la barcaza donde se suben los personajes de García Márquez en el Amor en los tiempos del cólera, para deslizar su pasión lentamente río abajo.
En la serie Inocentes son las bellas canciones turcas las que se encargan de estimular nuestra imaginación. Nos hablan de sentimientos no siempre brillantes, no siempre placenteros, pero que constituyen los afluentes que desaguan en ese río ancho, donde las barcazas de las historias de amor que en el mundo han sido, se deslizan hacia la atemporalidad.
Pero sobre todo nos hablan de las almas heridas por la falta de amor y de calor humano. En su caso, el drama de una matriarca enferma mental, incapaz de querer a sus hijos, marca el destino de sus descendientes.
Creo que esta serie nos da una gran lección: ¡Basta ya de luchar para ser el más guapo!, ¡el que más liga!, ¡el que más poder tiene!, ¡el que más fácilmente atropella a quienes le hacen sombra!¡Volvamos a escuchar nuestra alma, para poder curar sus heridas y caminar hacia la paz con uno mismo!
…porque la enfermedad mental no es cosa solo de locos, nos puede pillar a la vuelta de la esquina, por muy cuerdos que creamos ser.
Cristina Harster Wanger
jueves, 6 de enero de 2022
DIA DE REIS A LA RESIDÈNCIA DE LA MEVA AMIGA
Aquest dia de Real Pandèmia l’hem passat com millor hem sabut, hem volgut o hem decidit. Per això la llei ens atorga el dret suprem del Lliure Arbitri, un dret fonamental. Alguns ho han fet en família; complint – o no – les normes anti-COVID. D’altres ho hem fet en solitari, perquè així es donava, perquè som prudents i respectem les normes de les autoritats en la matèria, perquè no volem estirar més el braç que la màniga. Les raons són tantes com ments hi ha en aquest món. Això sí: sempre i quant siguin ments legalment autoritzades per decidir sobre les seves pròpies accions.
I és que aquest dret, que ens sembla a tots tan fonamental i natural, és sistemàticament violentat quan es tracta de persones la discapacitat de les quals és massa evident per ser considerades autònomes, ni que sigui simplement per fer valer les seves preferències.
La meva amiga té quaranta i escaig anys i és diabètica. I també: forma part d’aquest cinquanta per cent de les persones a qui la falta d’oxigen en el moment de néixer li va provocar una Paràlisi Cerebral que, a banda de deixar-la en cadira de rodes de per vida, va afectar també l’enteniment, condemnant-la a ser una nena eterna. Una nena que sent, raona i opina, com qualsevol nena de la seva edat mental.
Aquest matí m’ha enviat un WhatsApp; jo encara era al llit, avui sola. Cap a les tres de la matinada, la teleassistència s’ha posat a bramar com una desesperada: “no hay suministro eléctrico. Conecte el suministro eléctrico!”.
I, és clar, m’he despertat de sobte. Com a bona mig Suïssa que sóc, de seguida m’he preocupat: “Ostres! Els Veïns! Pobres! S’hauran despertat també a causa de l’insistent missatge?”. ¡Com si a mi no em tinguessin en vetlla com un mussol cada vegada que les “nenes” del pis de dalt aprofiten l’absència del seu progenitor per muntar una festeta amb música a tot trap fins les tantes de la matinada!
“Haig de parlar amb tu urgentment! Estic desesperada!”, insistia una i altra vegada la meva amiga. No sense mala consciència, li he respost que en aquell moment no la podia atendre, que parlaríem a la tarda.
Després m’he preparat un esmorzar de Dia de Reis tot escoltant, i veient pel televisor, un concert de la Filharmònica de Viena gravat al temple de la Sagrada Família. Era tan bell l’espectacle de llums i so que ho he volgut compartir amb les meves principals amistats. No pas amb la meva amiga de la Residència: allà la cultura no hi entra. No acabo d’entendre per què; com sempre m’han dit els més grans de la família: “la cultura et pot ser un gran consol; perquè per gaudir-la no cal poder córrer i saltar com una daina, ni saber fer filigranes amb les mans”.
El pare em va llançar un repte abans de marxar per sempre: “ho has de fer entendre a les persones que els cuiden”. Però no hi ha manera: serà perquè aquests assistents estan dis-ca-pa-citats per captar la subtilesa d’una obra d’art, i encara més per fer-la entendre a les persones que cuiden?
He sortit al parc per gaudir de la brillantor del dia. Encara que aquesta bonança en ple gener sigui tan estranya que faci témer desastres climàtics irreversibles.
A l’hora convinguda he videotrucat la meva amiga. Confesso, em feia molta mandra: el seu món i el meu són tan diferents! La meva amiga em diu sempre que voldria ser com jo. De vegades, arriba a tenir una tal fixació amb mi que m’angunieja. De fet, he hagut d’arribar a l’extrem de restringir-li les trucades. Suposo que en el fons em fa cosa que es compari amb mi. No! Ella i jo no tenim res a veure.
I, per fi, se m’ha rebel·lat el gran problema: el metge de la residència li havia donat permís per prendre una mica de Tortell de Reis, a pesar de ser diabètica. Però com avui és festa i el personal que l’atén al menjador, és un altre i no la coneix, han vist anotat que la meva amiga té aquest problema i l’han deixat sense postres reials.
“Truca la directora!”, “Explica-li el que ha passat!”, m’ha suplicat en uns quants missatges més després que jo donés per acabada la conversa.
Definitivament, els meus amics, els meus metges, els meus rehabilitadors tenen tota la raó quan em diuen: “No hi tens res a veure amb aquest món. Ja has escrit i publicat la teva experiència. Centra’t en el teu nou projecte literari.”
CHW
viernes, 17 de diciembre de 2021
Cristina está enfurruñada.
¿Quién la desenfurruñará?
El desenfurruñador que la desenfurruñe
Buen desenfurruñador será.
Lo admito: hace días que estoy de mala leche. Y la verdad de la buena es que no tengo motivo alguno. La vida es clemente conmigo, diría incluso que generosa:
1. mi “alien” oncológico está aletargado en mi panza. Están a punto de cumplirse los dos años desde que una gastroscopia reveló la presencia de un tumor bastante más maligno de lo que había sido el cáncer de pecho que había padecido cinco años antes. Por suerte no es metástasis. Dadas mis circunstancias espásticas, decidimos no operar, pues aprender a digerir sin estomago me hubiera abocado a una incapacidad funcional aún mayor que la que tengo debido a mi parálisis cerebral. A cambio, le damos quimio cada mes. no sea que el demoniete se despierte causando estragos irreparables. Son dos o tres días después de cada dosis en que estoy algo “flojilla”; el resto del tiempo puedo sumergirme a tutiplén en mis actividades.
2. Mi físio y mi logopeda son mis cómplices en la carrera de mi eterna mejora física. cuando estoy a tope, canto, bailo y hago gimnasia para mantener mi cuerpo y mi alma tonificadas.
3. Mis nuevos proyectos literarios siguen su curso. Después de unos meses de parón inspirativo, el texto fluye como nunca.
4. Mis afectos, particulares y sociales, también lo hacen.
5. Asisto a conciertos, a presentaciones literarias de mis compañeros de editorial, a excursiones…
¿Qué más se puede pedir? en comparación de muchas personas, lejanas y de mi misma ciudad -quizás hasta de mi mismo barrio– que viven en sus infiernos particulares, mientras yo, a pesar de todos los pesares, vivo en el cielo.
Y sin embargo, ando enfurruñada. Y, lo que es aún peor: derramo mi bilis contra aquellas personas que precisamente quieren ayudarme con toda su buena voluntad.
Desde que escribí mi libro autobiográfico la galeria dels Quiets/la Galería de los Inmóviles, mi alma se ha convertido en un tatami de judo, o en un ring del boxeo que ya no puedo practicar –a efectos fisioterapéuticos de equilibrio y coordinación, se entiende– desde que me fracturé la muñeca izquierda hace poco más de un año a raíz de una caída. Será por eso: lo que no sale por los poros del sudor, se escapa en forma de mala leche…
Y es que después de toda una vida, transcurrida en la parte “normal” de cualquier ciudadana de mi sexo, condición social y cultural, me resulta extraño -para ser sinceros, me revuelve las entrañas - observar ciertos comportamientos tendientes al apartheid social de las personas que como yo tienen una parálisis cerebral. Admito, en la mayoría de los casos se trata de personas con grandes dificultades físicas y de movilidad. Dicen las entidades que se dedican con toda su alma al cuidado de ellas, que la gravedad de sus circunstancias fisicas impiden su integración social. Actitud, que lo confieso, me produce un sarpullido en el cerebro.
Tuve la oportunidad de comprobarlo personalmente en una de estas salidas sociales, supuestamente para ir a ver un exposición de pintura. Pero, claro, no se trataba de ir ni a un museo, ni a una sala de arte: se trataba de ir aún rinconcillo de la ciudad donde una de esas entidades “benefactoras” exponía los dibujos de algunos “afectados”.
Lo cual está muy bien. Aunque mi experiencia me dice, que si no te comparas nunca con las actitudes de la mayoría de la población, sin dificultades añadidas, acabas por perder la perspectiva sobre ti mismo, y por ende, con la realidad. “Este cuadro que has pintado está muy bien Cristina. Pero tampoco es digno de colgarlo en el salón como si se tratara de una verdadera obra de arte”, me decía mi madre, cuando yo volvía de la escuela –corriente y moliente como cualquier otra– con una gran pintura que había realizado en la clase de plástica.
Algunos corazones condescendientes, tacharían a mi madre de cruel. Yo digo que gracias a ella, al realismo de mis maestros de la escuela “normal” y a mis compañeros – que nunca me hicieron concesiones en virtud de mi condición – he llegado a tal grado de integración social. De acuerdo, no laboral a pesar de que en mi currículo consta una carrera universitaria, cuatro idiomas, …
Por ello, mi alma se revela furibundamente cuando se pretende que mi mensaje quede exclusivamente circunscrito a esa pequeñísima parte de la población aceptada, directa o indirectamente por causas familiares, a la parálisis cerebral.
Desde que en el mes de septiembre pasado mi amiga de la facultad de Filología, ella clásica yo hispánica, me invitó al Instituto del cual es hoy en día codirectora para dar una charla a sus alumnos adolescentes sobre lo que significa vivir con una limitación funcional, persigo la idea de repetir la experiencia. ¡Pero no hay manera! Las instituciones públicas prometen el oro y el Moro, pero a la hora de la verdad todo se hace más cuesta arriba. Las que están especializadas en el tema, te montan una presentación a la que únicamente van a asistir afectados.
¿Qué sentido tiene eso? corroboran conmigo las personas de mi entorno. ¿No se trataba de integración?, ¿De que los que se levantan por la mañana, se duchan y se visten sin ningún esfuerzo se dieran cuenta de lo duro que es estar encerrado en un cuerpo que no te obedece?
¡Estoy cabreada ante la dificultad de hacer entender mi mensaje!¡ A mí y a los que me rodean cada día les parece tan obvio!
Y estar cabreada me hace ser injusta con los que ponen toda su buena voluntad para ayudarme. ¡Perdonen ustedes!
CHW
jueves, 2 de diciembre de 2021
La síndrome dels Set Ciències
Aquest és un virus virtual que està inoculat en la Opinió Pública des que les xarxes cibernètiques van posar a l’abast general tota mena d’informacions, algunes de les quals, fins fa poc només estaven a disposició dels especialistes en cada matèria. Tothom es creu amb dret d’opinar i de pontificar sobre absolutament tot.
Quan les pandèmies globals que van arrasar una quarta part de la població europea (Pesta Negra) quedaven molt lluny de la nostra memòria col·lectiva. Quan les vacunes i els retro virals havien aconseguit salvar de la mort a milions de persones, heus aquí que, en ple segle XXI, apareix un virus a la llunyana Xina que gosa atacar greument el sistema respiratori de les persones. A les més febles, ja sigui per patologies secundàries o simplement per qüestions de vellesa i la conseqüent debilitat del sistema immunitari, ho fa mortalment. Aquest cop, a diferència de la SIDA, no cal ni tenir pràctiques de risc que n’afavoreixin la transmissió: tota la població és susceptible de patir les conseqüències del virus. Com que, a més a més, vivim en una geografia global, on els continents que abans es trobaven a mesos o fins i tot anys de distància humana, estan a només unes quantes hores de vol, la propagació pandèmica està assegurada.
I, heus aquí la paradoxa inacceptable! ¿Com és possible que en ple segle XXI una cosa tan insignificant com un virus posi en escac, mat en alguns casos, a tota la població mundial? ¿Com s’atreveix a condicionar la nostra videta diària? ¿Coartar-nos la llibertat? ¡És inconcebible per al nostre tarannà d’occidentalets ben menjats i capriciosos!
Afortunadament, som molt pocs a qui el destí ens subratlla cada dia que la nostra existència és un miracle caduc, que se’ns pot escapar de les mans en el moment més inesperat, més quotidià. Per a la majoria, l’Espasa de Damocles particular és prou lluny del nostre cap com per poder ignorar-la.
I, ai del incaut que gosa recordar-nos la seva presència! El metrallarem amb tots els arguments que trobem per foragitar-lo de la nostra vista! Encara que no estiguin basats en el coneixement.
I per coneixement, no em refereixo a la informació que podem extreure a cop de “clic” googlejador, que busca desesperadament un indici que ens asseguri que allò que ens diuen que és una amenaça per a la nostra existència, és en el fons, una broma pesada d’algú que es vol donar importància. O, pitjor encara, d’algú que s’atreveix a subratllar la feblesa del nostre món, convertint-lo en un paratge incert i perillós que amenaça la nostra seguretat constantment.
Ens van dir que un s’ha de malfiar de les notícies que apareixen als mitjans. Fins i tot ens van introduir un anglicisme que sona divertit: només ens cal endarrerir el nostre llavi inferior fins a situar-lo sobre les dents superiors, prémer i la paraula surt sola: “ffffffffake”. Què internacionals que som! Parlem en anglès!
...i sobre tot no ens creiem tot el que ens diuen a la primera. Som d’allò més vigilants amb el que ens diuen els científics i els organismes de prestigi internacional com l’OMS (Organització Mundial de la Salut) que gosen posar en dubte la indestructibilitat de la nostra espècie.
És molt més fàcil donar les culpes a un pla maquiavèl·lic per dominar el nostre lliure arbitri que acceptar que la nostra vida és fràgil i vulnerable, que la nostra existència no té la més mínima transcendència, ni en el nostre barri, ni en la nostra ciutat, ni en el nostre país,...ni en el Cosmos. És molt més fàcil convertir-nos en Set-ciències, desinformats i paranoics.
CHW
jueves, 11 de noviembre de 2021
Una tarda d’òpera buffa ben agradable
Ahir, dimecres deu de novembre, el “compi” i jo vam assistir a un espectacle sobre òpera bufa al centre cívic de les Cotxeres Borrell (barri de Sant Antoni). Era un espectacle gratuït en una tarda de pluja tardorenca on feia molta mandra moure’s, sobre tot en el nostre cas: ambdós patim una diversitat funcional, cada un de naturalesa diferent que, a banda d’alentir el nostre pas, el fa més inestable.
Al matí jo havia fet una classe d’estiraments que em va deixar bastant baldada. “Vinga!, espolsa’t aquesta mandra!”, em va dir ell per WhatsApp quan jo li vaig proposar deixar-ho córrer, “no dius que t’agrada tant l’òpera? Et deixaràs perdre un espectacle així, i a més a més gratuït?”
I li vaig fer cas. I què bé que vaig fer! Fins i tot la meteorologia es va apiadar de nosaltres. Quan ens vam trobar davant de la porta de les Cotxeres Borrell, al capdavall del carrer Viladomat gairebé tocant al Paral·lel, havia deixat de ploure. Les llums càlides de l’interior del Centre Cívic convidaven a formar part de la munió de gent que s’hi anava aplegant al voltant de les set de la tarda.
“Per baixar al soterrani on hi ha la sala, poden agafar l’ascensor, si ho desitgen”, ens va dir la noia que controlava les entrades, la gent sol ser molt amable quan ens veuen caminar inestablement.
Es nota que això del COVID va de baixa. L’aforament ja és completament normal. Això sí, cal reservar amb anticipació.
A l’hora en punt, es van apagar els llums i una noia armada amb un micròfon ens va donar la benvinguda; “Aquest últim espectacle del cicle, el dediquem a les millors òperes on la temàtica és còmica. Front a la grandiloqüència i èpica de l’òpera seriosa, la buffa és espontània, naturalista, tracta temes quotidians, típicament embolics matrimonials amb final feliç, i el seu element primordial és la comicitat. Des El barber de Sevilla, de Rossini, fins Les noces de Fígaro, de Mozart, passant pel Don Pasquale de Donizetti i la Serva Padrona de Pergolesi. Gaudirem d’una tarda divertida i animada”.
Tot seguit, va entrar a escena la pianista, el nom de la qual desconec, doncs al cartell anunciador hi figurava un home. El que us puc dir és que era una noia de cabellera rossa i arrissada i ulleres de rateta sàvia. Semblava més aviat tímida, tot i que a mida que l’espectacle avançava, anava agafant empenta. Tocava les peces amb l’alegria i la força per les quals foren creades i fins i tot interactuava amb els cantants, fent-hi broma.
A ells, la soprano Laia Camps, vestida amb un senzill però llampant i afavoridor vestit vermell que contrastava amb el seu cabell cargolat i negre, i al Baríton Joan Martínez Colàs els va costar una mica entrar en calor. A ella més que a ell, que des del començament era molt expressiu i es ficava en els diferents papers amb una rapidesa remarcable. Però quan ho van fer la cosa fluïa amb una harmonia remarcable. Per als poc avesats al gènere operístic, no hi havia possibilitat de perdre’s.
Entre peça i peça, una veu en off amb un dolç accent italià ens anava guiant pels viaranys llunyans de la òpera del segle XVIII.
Sessió plaent, amb peces fàcilment identificables per a tots els públics.
Un públic respectuós i agraït. En tota la sessió no es va sentir ni un sol mòbil. Algun xiuxiueig puntual, però res comparable al que comença a ser desagradablement habitual entre el públic de més volada com el Liceu o el Palau de la Música. Que n’aprenguin!
Moltes gràcies! Tornarem!
CHW
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